Cada vez que llego a un nuevo lugar me gusta pasearlo, siento esa necesidad.
Me genera curiosidad. Camino y lo observo, veo sus posibilidades, mantengo con él un diálogo imaginario.
En esta ocasión me he acercado a la noche de un fragmento de la Vall d’Hebron.
A su intimidad, a lo que se resguarda tras esas ventanas, bajo esas feas luces anaranjadas, esas ranuras y manchas en los edificios. Los infinitos matices.
Para mi supone un encuentro con mis nuevos vecinos, con lo que vive en su interior, con la imaginación que se dispara, con las formas que se proyectan, con lo
que dejan que veas y dejan que construyas.