1. La Medina de Fez
Un gran laberinto. Hay que sumergirse en ella y no temer perderse, en cuyo caso basta con seguir el flujo de gente hacia la vía principal o pagar a un niño por mostrar el camino. Es una aventura a un mundo medieval de plazas ocultas, enormes puertas tachonadas y zocos coloristas. No hay que olvidar alzar la vista para maravillarse con escayolas, artesonados de cedro y caligrafía árabe y, a los pies, mosaicos que parecen hechos con piedras preciosas
Nosotros vamos a dedicarle tres días a la ciudad y aun así, nos quedaron cosas por ver. La medina posee más de 9000 calles, algunas de ellas sin salida o de formas inverosímiles, 185 mezquitas y 70 fuentes ornamentales. En cada barrio no puede faltar la mezquita, el baño árabe o Hammam y la fuente.
2. Barrio Judío o Mellah
Al otro lado de la puerta de Bab Sammarine, encontramos el barrio judío de Fez, llamado Mellah o Saladero, que según cuentan las leyendas alude o bien a los impuestos que tuvo que pagar la comunidad judía a cambio de la protección del sultan, recordad que en aquella época la sal era tan preciado como el oro, o a que los judíos echaron sal en los campos para volverlos infértiles, y tener algún lugar donde asentarse.
Lo más impresionante del cementerio judío es la cantidad de austeras tumbas blancas que llenan toda la ladera, con un área dedicada a los rabinos y los mártires, entre los que destaca Solika, una hermosa chica de la que se enamoró el sultán, con el que finalmente se casó, firmando así su ejecución al negarse a convertirse al islam con sólo 17 años.
3. Tumbas Merínides
Desde la puerta de Bab Guissa, saliendo e la medina y subiendo la colina El-Kolla, encontramos las Tumbas Meriníes de Fez, en el punto más alto de la ciudad, y con unas vistas impresionantes que nos ayudan a entender la magnitud del lugar con sus 785 mezquitas, y por supuesto, un lugar especial para ver atardecer.
Esta necrópolis fue construida en el siglo XIV, durante los años de mayor esplendor de Fez, entre convertida en capital del reino, para albergar los cuerpos de los últimos sultanes de la dinastía Meriníe, que reinó más de 200 años, y aunque hoy tan sólo quedan sus ruinas, no paraba de imaginar cómo serían en su origen, llenos de elegante mármol y epitafios tallados.